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  • Foto del escritorJosé Ignacio Delgado

El Museo del Dulce (Valladolid)

Un insólito rincón en el corazón de Valladolid.

Confitería y Salón de Té Cubero.

Calle Pasión, 5 (47001 Valladolid).



Preventivamente, me apresuraré a aclarar que la imagen que ilustra el texto no da fe de una invasión alienígena sobre el Ayuntamiento de Valladolid. Antes bien, es la reproducción a escala del edificio que forma parte del singular Museo del Dulce de Enrique Cubero, ubicado en la Calle de la Pasión. A la suculenta pastelería y salón de té que lo alberga me referiré en una futura entrada, ciñéndome en estas líneas al formidable y dulcísimo proyecto de Don Enrique, depositario de una estirpe de reposteros (sus abuelos fueron distinguidos en 1902 como Proveedores de la Casa Real). La familia se estableció en Valladolid en 1938, ciudad en la que nuestro protagonista comenzó a trabajar como aprendiz en "El buen gusto", al tiempo que estudiaba Dibujo, Modelado y Talla en la Escuela de Artes y Oficios. Una vez independizado, abrió su propio local en 1957 en la calle Conde Ansúrez. A partir de ese momento, su historia ejemplifica el éxito de un artesano conocedor de su oficio que, a base de trabajo y esfuerzo, fue ampliando el negocio en sucesivos y mejorados locales. La culminación de este camino profesional es el citado local, inaugurado en 1980, que supuso un hito en la ciudad tanto por sus dimensiones (mil metros cuadrados), como por el vanguardista concepto (en su época) de poner a la vista del cliente el obrador donde se elaboraban los productos. Sin embargo, la peculiar personalidad Cubero, en la que debía subyacer una poderosa vocación artística, encontró un inesperado campo de expresión en el modelado de dulces, donde llegó a convertirse en un maestro. Aplicando sus conocimientos de dibujo, se embarcó en la magna tarea de reproducir edificios emblemáticos con materiales diversos (caramelo, mazapán...) hasta encontrar la fórmula perfecta, indispensable para la conservación de las complejas maquetas, del pastillaje con azúcar. Ahí nació propiamente el museo, donde se fueron recogiendo obras cada vez más elaboradas. La pericia del artista-repostero le hizo acreedor de numerosos reconocimientos, encargos e invitaciones para participar en eventos conmemorativos y exposiciones, gracias a los cuales llegó a lugares tan lejanos como Japón y a ser incluido en el libro Guinnes. Tras su fallecimiento, la ciudad de Valladolid quiso recordarle poniendo su nombre a una calle, aunque sin duda la mejor forma de homenajearle es acudir a su salón de té, pedir una de las especialidades de la casa, y después recrearse en una visita que sin duda haría las delicias mismísimo Willie Wonka.


Nota: no he encontrado en las numerosas y doctas reseñas de los cronistas de Valladolid en relación al Museo del Dulce, mención a un posible antecedente histórico. Me refiero a la tradición, iniciada en el Renacimiento florentino y luego continuada en las más refinadas cortes europeas, de los "Triunfos de mesa". Se trataba de elaboradas figuras, principalmente en pasta de mazapán coloreada o incluso recubierta de pan de oro, con que los grandes señores obsequiaban a sus ilustres visitantes, y en las que se recordaban hechos de armas u otras señaladas ocasiones. No son infrecuentes las referencias a este efímero arte (a diferencia del de Cubero, que estaba hecho para perdurar) en tratados de cocina o en crónicas como La Fastiginia de Tomé Pinheiro, donde se describen los agasajos del Rey Felipe III y el Duque de Lerma al embajador inglés en la suntuosa corte de Valladolid en 1605.

Poner en relación ambos ejemplos de "arte gastronómico" es una licencia que me he permitido al entender que ello no hace sino engrandecer la figura del genial Cubero.

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