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  • Foto del escritorCascanueces

Frutería

Colores que rompen la monotonía.


Hay algo profundamente hermoso en la mera existencia de las fruterías de barrio. Ya de entrada, si conseguimos despojar a la palabra que las designa de su connotación de cotidianidad (ergo invisibilidad), su eco nos retrotrae a un tiempo donde el término se revestía de un halo de exotismo, y la propia fruta era considerada un objeto de lujo. Hoy la fruta vuela en avión desde lugares tan remotos como Nueva Zelanda, Argentina o Cabo Verde (ya las Islas Canarias nos quedan incluso 'un poco demasiado cerca'). Hectáreas interminables son cultivadas por engendros mecanizados y el agricultor artesano casi relegado a la condición de recuerdo. Sin embargo, hubo una época no tan lejana donde hablar del 'melón de Villaconejos' era poco menos que referirse a uno de los manjares con que Zeus se deleita en el Olimpo. Pero no nos detendremos en inútiles añoranzas, y sí celebraremos que aún en nuestros barrios persisten estos espacios, mosaico de cambiantes colores que destacan sobre el gris del otoño y del cemento.


Imagen: J.I. Delgado

Frutería Los Naranjos

C/ Padilla, 7 (Valladolid)

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