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La Silla del Diablo

  • Foto del escritor: José Ignacio Delgado
    José Ignacio Delgado
  • 5 feb 2020
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 13 sept 2022

Una insólita historia de la ciudad de Valladolid.

Museo De Valladolid.

Palacio de Fabio Nelli: Plaza de Fabio Nelli, 0 (Valladolid).



Valladolid albergó, a mediados del siglo XVI, la primera cátedra en España de anatomía humana. A su cargo, un eminente médico venido de Granada, de nombre Alfonso Rodríguez de Guevara. Uno de sus dilectos alumnos era un portugués de origen sefardí, Andrés de Proaza, quien vivía en la calle de la Solanilla, hoy Esgueva. Imaginamos por un momento el cotidiano ajetreo estudiantil en una de las ciudades más antiguas de Europa, prestigiada por sus instituciones; el bullicio de las calles de los oficios, por donde el joven estudiante pasaría a menudo para realizar sus magras compras; el incesante pulular de hombres de dios y de hombres de armas por el intrincado dédalo de callejuelas; el olor nauseabundo de un río donde se arrojaban a diario los desechos desde las ventanas. Castilla era entonces el corazón del mundo, con el viejo emperador dedicado ya a la serena contemplación de lo divino y el voraz disfrute de lo humano, en su sacrosanto retiro de Yuste.


Tal era la ciudad y tales los tiempos cuando las autoridades recibieron la denuncia de un niño desaparecido. Se le había visto jugar en la Solanilla. Alguien afirmó haber escuchado gemidos en casa del estudiante portugués. Se ordenó el registro. Al entrar, los alguaciles descubrieron sobre una mesa el cadáver eviscerado del pequeño. Proaza lo había diseccionado en vida. Para justificar su acción explicó que había actuado por influjo del Diablo, que le hablaba cuando estaba sentado en una particular silla. Esta le había sido regalada por un nigromante navarro, quien le había advertido de sus poderes: solo podía ser utilizada por sabios en medicina, de lo contrario causaría la muerte en tres días. A cambio, la silla transmitiría toda la ciencia del mundo a su dueño. Acaso es innecesario añadir que Proaza fue condenado a muerte. El mueble fue a parar a un trastero de la Universidad.


Algún tiempo después, un bedel aprovechó su descanso para sentarse en la silla. Al cabo de unos días murió misteriosamente. No pasó mucho antes de que otro trabajador siguiera sus pasos, probara también la silla y también encontrara la muerte. Fue entonces cuando se relacionaron ambos casos con la historia increible de Andrés de Proaza, el aprendiz de nigromante, decidiéndose que la funesta silla se colgase boca abajo en la capilla de la Universidad, donde permaneció largos años hasta su actual ubicación en el Palacio de Fabio Nelli.


Como puede suponerse, es imposible establecer científicamente relación alguna de causa-efecto entre los citados sucesos y la silla que hoy puede contemplarse en el Museo de Valladolid. Sin embargo, no es menos cierto que existen por el mundo algunos objetos que aglutinan en torno a sí oscuras fuerzas, y no son pocos los que afirman que el mayor triunfo del Diablo es hacernos creer que no existe.

La ominosa silla de Andrés de Proaza, con un cordón rojo como muda advertencia

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