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No man of God

  • Foto del escritor: José Ignacio Delgado
    José Ignacio Delgado
  • 2 sept 2021
  • 2 Min. de lectura

La insana fascinación por el monstruo.

No man of God.

Dirección: Amber Sealey

Intérpretes: Elijah Wood, Luke Kirby, Aleksa Palladino...

(Próximo estreno en salas)


En un momento de esta notable película, el personaje de Ted Bundy (asesino en serie que obsesionó a los norteamericanos durante la segunda mitad del S. XX) 'ilustra' al investigador Hagmaier con una inquietante metáfora. Según él, las personas 'normales' se asientan en tierra firme, siendo el mar en toda su inmensidad el lugar donde existe la maldad, encarnada en forma de peces. En representación de la bienpensante sociedad, las autoridades lanzan sus precarios anzuelos al agua, atrapando ocasionalmente algún pececillo incauto de los que nadan cerca de la superficie. Entonces el pescador exhibe orgulloso su presa, la cuelga incluso en la pared de su despacho, las conciencias se tranquilizan. En un nivel inferior viven las especies medianas, de las que solo de forma excepcional (acaso por un inesperado error o por la propia voluntad de ser atrapado) se consigue algún ejemplar. Finalmente están los verdaderos monstruos, que acechan en los abismos y de los que nadie conoce nada; se ignora su tamaño y forma, su comportamiento, su número. Mejor no saberlo, pues todos nos espantaríamos ante su nivel de depravación y el grado de impunidad del que gozan.


La figura de Ted Bundy ha sido tratada en multitud de ocasiones por la literatura, el cine y la televisión. Sobre él se han escrito poemas, cuentos y canciones. Investigado, juzgado y condenado a muerte, nunca se encontró una explicación aceptable de sus actos. Confesó haber asesinado a 36 mujeres, pero se sospecha con fundamento que el número real pudo haber sobrepasado ampliamente el centenar. Persona de excelentes maneras, prototipo del americano medio, ejemplar esposo y padre, jamás responsabilizó de sus actos a una infancia deplorable o a un trauma irresoluble. No estaba loco. Simplemente, 'se dejó llevar'. Su personalidad inescrutable ha cautivado a millones de personas. Hombres y mujeres le escribían a la cárcel cartas apasionadas. La insana curiosidad por el monstruo propia de una sociedad decadente.


En los años 70 del siglo pasado, el FBI comenzó a catalogar el comportamiento de los asesinos sistémicos. El agente Bill Hagmaier llegó a ser en el más destacado investigador de perfiles psicológicos. Su trabajo de más impacto lo desarrolló a partir de las entrevistas que realizó a Ted Bundy, y aún hoy es de referencia en este ámbito de estudio. "No man of God" recrea aquellos tensos diálogos con acertada sobriedad. El cara a cara entre Luke Kirby (Bundy) y Elijah Wood (Hagmaier) alcanza momentos de incómoda intensidad. Mención especial merece el contenido trabajo del primero quien, lejos de los excesos de tantos histriones en la piel de psicópatas, impresiona con su cordialidad y espeluznante sonrisa. Solo por sentir esa hipnótica presencia, y por la acertada dirección que enfatiza lo justo el desasosegante crescendo, merece la pena esta película. Nadie espere sangre ni vísceras. Tampoco una explicación plausible de las pulsiones homicidas del monstruo Bundy, tanto más aterrador cuanto fue arquetipo de 'normalidad'. El mal habita en todos y cada uno de nosotros. Solo la voluntad marca la diferencia. Tales son las únicas posibles conclusiones de esta historia. Hagmaier acierta a expresarlo con asombrada concisión: "Fue porque quisiste"...

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