José Ignacio Delgado
The Northman
Un bárbaro Hamlet
Dirección y guion: Robert Eggers.
Intérpretes: Alexander Skarsgård, Nicole Kidman, Claes Bang, W. Dafoe. EE.UU., 2022.
Duración: 136 minutos.
Dos tÃtulos previos tan 'oscuramente' brillantes como "The Witch" y "The Lighthouse" justificaban la expectación por la nueva ocurrencia de Robert Eggers. No me ha defraudado la visceral "The Northman", casi perfecta deconstrucción y/o reinterpretación del Hamlet shakesperiano en clave wagneriana, a la que solo puedo achacar un final algo previsible. Los grandiosos paisajes de Islandia, primorosamente fotografiados, son el fondo escenográfico de la epopeya de un Ahmlet monolÃtico (sÃ, el nombre es un anagrama), más cercano en su aspecto y en su discurso a Conan el Bárbaro que al refinado noble danés que imaginó el Bardo. Los dos prÃncipes se mueven espoleados por la misma sed venganza, pero donde uno se pierde en laberÃnticos soliloquios y dudas, el otro va resolviendo con expeditivos mandobles de espada, de hacha, o de cualquier objeto contundente que sirva para despedazar (literalmente) a sus enemigos. AsÃ, lo que Eggers ofrece es un apabullante despliege visual capaz de fusionar toda la brutalidad que imaginamos en los pueblos nórdicos de final del primer milenio con secuencias onÃricas que ilustran aspectos de una mitologÃa tan atractiva como perturbadora. Alexander SkarsgÃ¥rd, Nicole Kidman y Claes Bang componen para el trÃo protagonista unos personajes creÃbles, mucho más complejos de lo que una primera lectura podrÃa sugerir. Las apariciones de unos irreconocibles Willem Dafoe y la mismÃsima Björk, y la inquietante presencia de Ana Taylor-Joy, completan un elenco estelar perfectamente ajustado a la visionaria experiencia que nos propone uno de los pocos autores que combina personalidad y talento con una técnica cinematográfica deslumbrante. PelÃcula de una belleza cautivadora y descarnada, sucia y espantosa pero también sublime, The Northman me reconcilia con ese gran cine que es capaz de ofrecer un gran espectáculo sin tratar al espectador como a un niño bobo (santo y seña de nuestra feble época).